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Los grandes relatos tendrán que esperar

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Noticias de la patria okupa

Posted by tremalnaik en 22 diciembre 2010


Sole,  muchacha en llamas,
que te merecías otro mundo

Antes de que termine de escurrirse el Bicentenario, con sus discursos y espectáculos, con sus muertos y resucitados, permítasenos poner sobre la mesa una cuestión de principios. Se trata de la libertad. Y de la dignidad de la persona humana. Y del derecho de los pueblos.

Los ideólogos y motores de la Revolución de Mayo (Moreno, Belgrano, Castelli, Monteagudo) tuvieron gran coincidencia en un punto: era una revolución criolla y americana, llamada o romper con el yugo español y con la opresión de siglos; llamada a hermanar a los pueblos sin distinción de razas ni origen.

Ya en junio del año 10 la Junta despachó su primera expedición al Desierto, con un mensaje de paz, de convivencia y de intercambio comercial hacia los dueños originarios de las Salinas Grandes. Para el año 13, la Asamblea abolió los instrumentos de tortura y decretó la libertad de vientres. En el 16, tras el Congreso de Tucumán, la declaración de la Independencia fue transcripta al quechua y el aymara. Tres hechos simples y significativos, que no necesitan interpretación.

El Preámbulo de la Constitución Nacional, redactada, sancionada y promulgada en 1853, habla de “asegurar los beneficios de la libertad para nosotros, para nuestra posteridad y para todos los hombres del mundo que quieran habitar en el suelo argentino”. Tampoco necesita interpretación.

Al debatirse la reforma de nuestra carta magna, en 1994, observando la necesidad de enunciar los derechos especiales que asisten a las comunidades originarias, fue redactado el artículo 75, que manda “reconocer la preexistencia étnica y cultural de los pueblos indígenas argentinos (…) garantizar el derecho a su identidad y el derecho a una educación bilingüe e intercultural (…) y reconocer la personería jurídica de sus comunidades y la posesión y propiedad comunitaria de las tierras que tradicionalmente ocupan”. Este artículo sí necesita interpretación, ya que de cumplirse a rajatabla mandaría a desalojar a los ocupantes “blancos” de la mayor parte del territorio nacional.

Ironías aparte, queda claro que en el plano de los principios (es decir, de las ideas que sustentan la nacionalidad argentina) hay una continuidad y una coherencia de las que deberíamos sentirnos orgullosos.

Soldati, un espejo del país

Un extraño foco de malestar social y subdesarrollo humano se ha creado en Villa Soldati, barrio pobre y castigado del sur de la ciudad de Buenos Aires. A la sorpresiva ocupación del Parque Indoamericano por un grupo de familias sin techo le siguió una brutal represión policial que causó tres muertes, produciéndose luego una parálisis de gobierno (por tironeos entre la Ciudad y la Nación) que posibilitó el masivo acampe de más de 13 mil personas, hasta que una task-force de gendarmes, socorristas y empleados consiguió desalojar el predio, que fue vuelto a cercar con rejas y que hoy es custodiado por una guardia permanente.

El foco del Indoamericano no se extinguió allí, ya que un grupo de familias sin techo de Villa Lugano comenzó a establecerse en los terrenos del Club Albariño, muy cerca del Parque, y hasta estas horas resistían el cerco pòlicial y el hostigamiento de los vecinos.

Tras los incidentes en el Albariño cobró notoriedad la situación de un predio de nueve hectáreas del Complejo Futbolístico Diego Armando Maradona, del club Argentinos Juniors, también en Villa Soldati, cuyo muro perimetral fue anillado con toldos y viviendas precarias, hasta el punto de ya ser imposible el ingreso de los deportistas al predio.

Curiosamente, muchos de los vecinos que apedrean y hostigan a los ilegales pertenecen al barrio Ramón Carrillo, que fue creado en 1990 para trasladar a 646 familias desalojadas del ruinoso Albergue Warnes antes de su demolición. Esas familias habían ocupado los monobloques del Warnes en 1961, cuando fueron desalojadas de otra villa miseria que había en la ciudad.

Buenos Aires prácticamente no ha variado su población a lo largo de 50 años. Y en este medio siglo las administraciones municipales, a pesar de contar con el tercer presupuesto del país, aún no han sido capaces de cubrir el déficit de vivienda. La gran cantidad de inmuebles alquilados ayudó a disimular la carencia, pero al dispararse los precios generales en los últimos meses, se hizo imposible para miles de familias alimentar a sus hijos y a la vez pagar el alquiler. Mientras tanto, el presupuesto de la Ciudad para el rubro Vivienda no fue ejecutado ni en una cuarta parte. Y el gobierno nacional, que se ufana de haber construido medio millón de casas en distintas provincias, ha desatendido sólo por recelos y pujas políticas sus deberes para con los habitantes de la Capital Federal.

Ahora, la indigencia y la precariedad que golpea a ocho millones de argentinos estalla en la cara de los funcionarios y compromete a una dirigencia que sólo ha sabido especular y sacar mezquino partido del hambre y la necesidad de los humildes.

Squatters, aquí y allá

En los ’80, cuando arreciaba el neoliberalismo en Europa y muchos barrios industriales quedaban abandonados o despoblados, grupos de jóvenes comenzaron a ocupar provisionalmente los galpones, los talleres y las casas, convirtiéndolas en viviendas, pero también liberándolas para la poesía, el arte y la denuncia política y social. En Inglaterra se los llamó squatters (genéricamente “ilegales”).

Más tarde, cuando la ola se extendió a España, Italia, Alemania y los Países Bajos, apareció la palabra okupa. Esa letra ka –muy importante- marcaba el espíritu de resistencia. Aquellos jóvenes no sólo estaban ocupando una casa porque no tenían donde dormir. La ocupaban porque sostenían el principio (anarquista) de que toda propiedad, si no tiene un sentido comunitario, es un robo a la sociedad. Y estaban denunciando, de ese modo, los olvidos e incumplimientos del Estado.

El neoliberalismo produjo en Europa su versión del Estado ausente. Creó el  vacío de Estado. Y los okupas llenaron ese vacío con la solidaridad y la resistencia del grupo, de la banda, de la pequeña organización política y cultural.

Una bella muchacha del Barrio Norte porteño, licenciada en Turismo y con un futuro asegurado por su origen de clase, eligió a los veinte años enamorarse de un joven anarquista y dedicarse a la acción directa contra la depredación ambiental, en el norte de Italia. Se llamaba María Soledad Rosas, la Sole Rosas, y entre los okupas y squatters del mundo es ya una leyenda de lucha y rebeldía.

Acusada -aunque no se pudo probar- de ecoterrorismo y subversión (sic), fue encarcelada con su compañero Edoardo Massari y luego separada de él y trasladada. En marzo de 1998, tras el dudoso suicidio de Massari en prisión, el Partido Verde le sugirió a Sole que aquella muerte “serviría para sensibilizar a los jueces”. Ella contestó con una carta ejemplar, llorando la muerte de Edo y maldiciendo al juez que necesitaba una muerte para dictaminar sobre un derecho. En julio de ese mismo año, en la casa donde cumplía con el arresto domiciliario, se quitó la vida.

La de Sole Rosas es una historia triste y sabrán disculparnos los lectores por traerla a cuento en este diciembre de 2010, cuando se acerca la Navidad y también, para muchos, las vacaciones. Pero sólo pensemos por un momento en esas muertes absurdas, evitables, que se produjeron en el Parque Indoamericano, hace pocas semanas, sólo porque ciertos funcionarios y ciertos dirigentes argentinos necesitan que el pueblo derrame sangre para entender la necesidad impostergable del agua, del pan y la vivienda digna.

OSCAR TAFFETANI / Escrito para APe / Diciembre 2010

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No negociable. No tercerizable

Posted by tremalnaik en 26 octubre 2010

OSCAR TAFFETANI

A partir del asesinato del estudiante y militante político Mariano Ferreyra, a manos de tiradores y matones contratados por la dirigencia de un sindicato, comenzó a hablarse en la prensa de izquierda de una tercerización de la represión, a tono con otras tercerizaciones que impone la economía globalizada.

El concepto nació en un think tank del Departamento de Estado norteamericano, junto con dos guerras inventadas (y genocidas) que ese gendarme mundial lleva adelante en Afganistán e Iraq. Ciertas empresas ligadas a la CIA y a otras agencias de seguridad fueron autorizadas a tomar prisioneros por su cuenta, llevarlos a cárceles clandestinas o semi clandestinas en distintos lugares del planeta (por ejemplo, Guantánamo), interrogar a esos prisioneros (es decir, torturarlos) y finalmente desaparecerlos o bien blanquearlos, como consta en un buen número de denuncias publicadas. A eso lo llaman tercerización (outsourcing) de la guerra.

Puede resultar banal referirse al crimen y el asesinato utilizando términos de la nueva economía, o bien de la jerga fascista, o del lunfardo policial y carcelario. Pero ese lenguaje ya se han trasladado a las canchas de fútbol, a la militancia (no olvidemos la etimología de la palabra) y a la gente común. Ya fue impuesto. Por eso, a nadie asombra que hoy se hable de gatillo fácil, de apriete, de hacer la boleta o hacer cantar. Es, ni más ni menos, la lengua del vencedor, en boca de los vencidos.

Bien comprendieron este fenómeno Marx y Engels, en textos fundacionales: el mayor logro de la burguesía consolidada en el poder fue tercerizar el pensamiento dominante, haciendo que se regenere en nuevas mentes y en insospechados corazones.


El crimen (capitalista) organizado

La prensa anarquista y socialista tiene un glosario que por sí solo revela las duras condiciones de la lucha obrera a través del tiempo. Hay crumiros (equivalentes a los carneros actuales); hay esquiroles y rompehuelgas (equivalentes a las patotas de estos días) y también hay esbirros y sicarios, que cometían crímenes por encargo mucho antes de que Hollywood soñara con sus killers y sus cleaners.

Del mismo modo, en nuestra tierra, existían grupos organizados o espontáneos de civiles dedicados a la “caza del ruso” (judío, comunista o extranjero, bastaba con que cuestionara al poder). Así se supo de la infame Legión Cívica y de la no menos infame Liga Patriótica, durante sucesivas semanas trágicas de principios del siglo veinte. Así nació y actuó en los ’70 un somatén argentino llamado Triple A, que fue exportado como fórmula terrorista y parapolicial a otros países latinoamericanos.

¿No era eso tercerizar la represión?, nos preguntamos. Claro que sí, nos respondemos. Y la forma peor de esa tercerización asesina fueron los grupos de inteligencia y grupos de tareas que actuaron por cuenta y orden del Estado, aunque de modo anónimo y clandestino, durante la última dictadura, y que tenían licencia para matar, para robar y saquear, para secuestrar personas y extorsionar a sus familias.

Sin embargo, un triste avance en la estandarización y mercantilización de la violencia se ha dado con la expansión mundial del negocio -absolutamente capitalista- de la droga. Los cárteles mafiosos compran policías, compran magistrados y gobernantes, financian patotas y barranravas y crean verdaderos ejércitos privados que actúan bajo la complacencia (o la protesta a regañadientes) del Estado. Se produce así una tercerización recíproca, porque mientras esos ejércitos privados siembran el terror y neutralizan a los “enemigos” del Estado, una parte de la banca y de las instituciones de ese mismo Estado se dedica a blanquear y volver inocentes los fondos del narcotráfico.

 

El modelo ha sido clonado en todo el mundo, a mayor o menor escala. Y se da la paradoja, trágica y terrible, de que un gremio combativo y ejemplar como ha sido el de los Ferroviarios argentinos, se vea hoy convertido en una sociedad anónima distanciada de las bases y lanzada a hacer “negocios”, en un contexto represivo y criminal.


Homenaje a Portogalo

Aunque ninguna placita de Villa Ortúzar lleve su nombre, José Portogalo
–lustrabotas, albañil, bailarín de tango y poeta- está clavado en el mejor recuerdo de ese barrio de Buenos Aires. Comunista militante, tuvo el honor de que su segundo libro de poemas (Tumulto, 1935) recibiera el premio municipal y a la vez una condena judicial por su contenido. Ya maduro, a los 50, publicó Poemas con habitantes. En ese libro, junto al recuerdo de amigos y compañeros comunistas, quiso incluir el poema “Los pájaros ciegos”, en donde evoca a ignotos personajes del pueblo. Hombres, mujeres y niños caídos durante alguna protesta o arrinconados hasta el fin por la miseria, pero nunca olvidados.

“Doménico Scalise, / italiano del sur de la península, / pescador, albañil, peón en una chacra / y silbador de tangos. /…/ Cavé mi propia tumba / y al levantar los brazos miré al cielo gritando / ¡viva la libertad! /…/ Un proyectil de máuser agujereó mi frente. / Pero no he muerto, sigo respirando en el mundo”.

“Alguien gritó / ¡viva la libertad! / Junto a un charco de sangre estaba yo, / Juan Pérez, asturiano, profesión panadero, / veinte años de Argentina, con tres hijos / un río de esperanza entre mis manos”.

“En la fosa común, aislado, entre los yuyos, / no sé qué haré, desnudo, con esta muerte mía / que cabe en una flor…” (epitafio para un vendedor de diarios).

“Viene el aire y pregunta: -¿Quién eres tú? / La tierra que me alberga contesta: -Es un adolescente asesinado. /…/ Tenía madre, padre, hermanos y un oficio. / Era digno y resuelto como un pájaro. /…/ Un primero de mayo de mil novecientos nueve / un proyectil de máuser lo tumbó sobre el barro de Céspedes, / esquina Alvarez Thomas. Se llamaba José”.

Así como nos conmueven y exaltan estos versos de Portogalo, nos causa malestar el relato “Una semana de holgorio”, de Arturo Cancela, que narra los devaneos de un joven calavera (disipado) en una ciudad desierta por los tiroteos y paralizada por las huelgas. Jamás censuraríamos –si estuviera en nuestras manos- a un escritor, aunque nos duela y nos indigne lo que escribe. Pero esa misma semana de holgorio de Cancela es la contracara exacta, antitética, de la semana trágica que evoca Portogalo.

¿Hay lugar en esta nota, en este país, en este mundo, para una tercera voz? ¿Se puede ser neutral frente a esta lucha? De ningún modo. La vida del compañero Mariano Ferreyra, como la de Doménico Scalise, como la de Juan y José, no es negociable. Ni tercerizable.

 

(Escrito para la Agencia Pelota de Trapo)

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