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Los grandes relatos tendrán que esperar

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La culpa la tienen los pibes

Posted by tremalnaik en 26 enero 2011

OSCAR TAFFETANI

Una de las rutas más importantes del narcotráfico, en la actualidad, copia el itinerario que hace cuatro siglos seguía el oro de América: se inicia en Perú, Bolivia, Brasil y el Paraguay, baja acompañando los ríos hacia la Argentina y el Uruguay, luego cruza el Atlántico hasta la costa meridional de África y desde ahí llega a los puertos y aeropuertos de Europa, donde la droga es fraccionada y vendida a un público exigente y con alto poder adquisitivo.

Por eso, a muchos nos resultó disparatada la hipótesis del ministro Randazzo de que los 944 kilos de cocaína hallados en Barcelona el Día de Reyes, en un avión sanitario procedente de Buenos Aires, habían sido cargados durante una escala de la nave en Cabo Verde. Y sí resultó razonable la hipótesis de la ministra Garré de que la droga fue cargada en una base aérea argentina (con las responsabilidades que implica, a nivel de gobierno y de fuerzas armadas).

El del avión sanitario no fue el único contrabando de drogas descubierto este mes. En Estanislao del Campo, Formosa (el mismo pueblito donde el doctor Esteban Maradona decidió consagrar su vida a los Qom) se encontraron 700 kilos de cocaína junto a una pista de aterrizaje clandestina. El titular del predio y de la pista, apodado Palmita, revistaba como edil del partido de gobierno en la capital formoseña (desconocemos si gozaba de inmunidad parlamentaria).

Siempre en enero y tan sólo cambiando de estupefaciente, mencionemos los 712 kilos de marihuana decomisados a la altura de Las Palmitas, también en la provincia de Formosa. La droga viajaba oculta en los techos de dos transportes de pasajeros procedentes del Paraguay.

La intercepción de grandes cargamentos de droga que se desplazan por rutas aéreas, fluviales y terrestres de nuestro país, habla de una gigantesca red de tráfico que involucra a funcionarios del Estado, organismos policiales y de seguridad, instituciones empresarias, bancos que lavan el dinero y distinta clase de organizaciones civiles. Dicho de otro modo: lo más cínico y perverso de este negocio es su legalidad, todo lo que hace a la luz del día, y no su ilegalidad y lo que hace en las sombras

Galileo y el capitalismo

“Alrededor del papa –dice Brecht en un poema- giran los cardenales. / Alrededor de los cardenales giran los obispos. / Alrededor de los obispos giran los secretarios. / Alrededor de los secretarios giran los regidores. / Alrededor de los regidores giran los artesanos. / Alrededor de los artesanos giran los sirvientes. / Alrededor de los sirvientes giran los perros, las gallinas y los mendigos…”

La tesis de Galileo Galilei sobre el sistema solar (que la Iglesia se demoró algunos siglos en aprobar) podría aplicarse analógicamente a otro tipo de sistemas que nos rigen. Si ponemos en el centro, a la manera marxista, el  Capital, tendremos en la órbita inmediata las grandes empresas trasnacionales; luego, los Estados nacionales que las sirven; después, los gerentes, abogados y administradores; a continuación, los funcionarios de seguridad y el aparato represivo; y finalmente, los trabajadores. Después de los trabajadores habría una masa incalculable de seres humanos sin trabajo ni medios de vida, que no alcanza a orbitar alrededor del Capital, aunque mantenga intacta su capacidad de soñar.

Y si llevamos la doctrina de Galileo al mundo del narcotráfico, colocando la cocaína (como alguna vez fue el opio) en el centro de la escena, tendremos a los distintos actores, consumidores y víctimas del negocio en círculos concéntricos, con diferentes grados de poder, riqueza y degradación moral y material. En una de las últimas órbitas del sistema está la pasta base de cocaína -el paco- que es estirado y aumentado de mil maneras para hacerlo accesible a los consumidores más pobres y desesperados. Así, la droga –uno de los jinetes capitalistas del apocalipsis- cuenta sus doblones de oro, sus euros, sus dólares, sus pesos y sus centavos, hasta la última vida y el último suspiro, cada día.

Un plan para los baby-sicarios

En Colombia, ese hermoso país de selvas y montañas habitadas por gente maravillosa, el narcotráfico y el poder económico trasnacional han hecho estragos, minando la salud del pueblo y comprometiendo el futuro de sus hijos. Hay pibes colombianos que comienzan a trabajar a los 9, haciendo de campaneros, de mensajeros y repositores de armas y munición de los narcos. A los 13, en lugar del tiple de antaño, les ponen una pistola en la mano y los convierten en sicarios (“baby-sicarios”, tituló cierta prensa), que matarán por encargo. A los 16, si llegan a esa avanzada edad, podrán acceder a otro círculo del negocio, con más responsabilidad y algunos pocos privilegios.

El caso colombiano –cuyas secuelas aún no terminan- viene a cuento del caso argentino, de nuestro caso, donde sin importar las estadísticas y los datos fieles de la realidad los medios masivos compiten por hallar el monstruo de la semana o el crimen más horrendo, para arrojarlos al rostro de funcionarios, de candidatos y de funcionarios-candidatos, señalando o insinuando algún chivo expiatorio para que los dioses, esos dioses perversos que gobiernan nuestro destino, dejen de castigar a la Argentina, a esta pobre Argentina con tanto para dar, con todos los climas, con sus talentos y sus cosechas récord, esta querida Argentina que asesina a miles de niños por hambre, por enfermedad o desprecio, cada año, cada campaña sojera, cada temporada turística, cada ejercicio fiscal.

Y así, mientras las llamas (y las balas y las leyes) consumen en la pira mediática a la víctima del día, el verdadero Ogro, el verdadero malo de la película, permanece oculto a los ojos de la sociedad y neutraliza cualquier intento de cambio.

Pedir un plan especial para los niños sicarios de Colombia, sería una manera hipócrita de pedir que todo siga igual. Bajar la edad de imputabilidad de los menores en la Argentina, como receta para combatir el crimen organizado, tendría ese mismo nivel de hipocresía.

Aunque todo puede ocurrir, en este horroroso mundo tan crecido y tan adulto que cada vez que se siente amenazado, de un modo infantil, le echa la culpa a los pibes.

Escrito para APe

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Noticias de la patria okupa

Posted by tremalnaik en 22 diciembre 2010


Sole,  muchacha en llamas,
que te merecías otro mundo

Antes de que termine de escurrirse el Bicentenario, con sus discursos y espectáculos, con sus muertos y resucitados, permítasenos poner sobre la mesa una cuestión de principios. Se trata de la libertad. Y de la dignidad de la persona humana. Y del derecho de los pueblos.

Los ideólogos y motores de la Revolución de Mayo (Moreno, Belgrano, Castelli, Monteagudo) tuvieron gran coincidencia en un punto: era una revolución criolla y americana, llamada o romper con el yugo español y con la opresión de siglos; llamada a hermanar a los pueblos sin distinción de razas ni origen.

Ya en junio del año 10 la Junta despachó su primera expedición al Desierto, con un mensaje de paz, de convivencia y de intercambio comercial hacia los dueños originarios de las Salinas Grandes. Para el año 13, la Asamblea abolió los instrumentos de tortura y decretó la libertad de vientres. En el 16, tras el Congreso de Tucumán, la declaración de la Independencia fue transcripta al quechua y el aymara. Tres hechos simples y significativos, que no necesitan interpretación.

El Preámbulo de la Constitución Nacional, redactada, sancionada y promulgada en 1853, habla de “asegurar los beneficios de la libertad para nosotros, para nuestra posteridad y para todos los hombres del mundo que quieran habitar en el suelo argentino”. Tampoco necesita interpretación.

Al debatirse la reforma de nuestra carta magna, en 1994, observando la necesidad de enunciar los derechos especiales que asisten a las comunidades originarias, fue redactado el artículo 75, que manda “reconocer la preexistencia étnica y cultural de los pueblos indígenas argentinos (…) garantizar el derecho a su identidad y el derecho a una educación bilingüe e intercultural (…) y reconocer la personería jurídica de sus comunidades y la posesión y propiedad comunitaria de las tierras que tradicionalmente ocupan”. Este artículo sí necesita interpretación, ya que de cumplirse a rajatabla mandaría a desalojar a los ocupantes “blancos” de la mayor parte del territorio nacional.

Ironías aparte, queda claro que en el plano de los principios (es decir, de las ideas que sustentan la nacionalidad argentina) hay una continuidad y una coherencia de las que deberíamos sentirnos orgullosos.

Soldati, un espejo del país

Un extraño foco de malestar social y subdesarrollo humano se ha creado en Villa Soldati, barrio pobre y castigado del sur de la ciudad de Buenos Aires. A la sorpresiva ocupación del Parque Indoamericano por un grupo de familias sin techo le siguió una brutal represión policial que causó tres muertes, produciéndose luego una parálisis de gobierno (por tironeos entre la Ciudad y la Nación) que posibilitó el masivo acampe de más de 13 mil personas, hasta que una task-force de gendarmes, socorristas y empleados consiguió desalojar el predio, que fue vuelto a cercar con rejas y que hoy es custodiado por una guardia permanente.

El foco del Indoamericano no se extinguió allí, ya que un grupo de familias sin techo de Villa Lugano comenzó a establecerse en los terrenos del Club Albariño, muy cerca del Parque, y hasta estas horas resistían el cerco pòlicial y el hostigamiento de los vecinos.

Tras los incidentes en el Albariño cobró notoriedad la situación de un predio de nueve hectáreas del Complejo Futbolístico Diego Armando Maradona, del club Argentinos Juniors, también en Villa Soldati, cuyo muro perimetral fue anillado con toldos y viviendas precarias, hasta el punto de ya ser imposible el ingreso de los deportistas al predio.

Curiosamente, muchos de los vecinos que apedrean y hostigan a los ilegales pertenecen al barrio Ramón Carrillo, que fue creado en 1990 para trasladar a 646 familias desalojadas del ruinoso Albergue Warnes antes de su demolición. Esas familias habían ocupado los monobloques del Warnes en 1961, cuando fueron desalojadas de otra villa miseria que había en la ciudad.

Buenos Aires prácticamente no ha variado su población a lo largo de 50 años. Y en este medio siglo las administraciones municipales, a pesar de contar con el tercer presupuesto del país, aún no han sido capaces de cubrir el déficit de vivienda. La gran cantidad de inmuebles alquilados ayudó a disimular la carencia, pero al dispararse los precios generales en los últimos meses, se hizo imposible para miles de familias alimentar a sus hijos y a la vez pagar el alquiler. Mientras tanto, el presupuesto de la Ciudad para el rubro Vivienda no fue ejecutado ni en una cuarta parte. Y el gobierno nacional, que se ufana de haber construido medio millón de casas en distintas provincias, ha desatendido sólo por recelos y pujas políticas sus deberes para con los habitantes de la Capital Federal.

Ahora, la indigencia y la precariedad que golpea a ocho millones de argentinos estalla en la cara de los funcionarios y compromete a una dirigencia que sólo ha sabido especular y sacar mezquino partido del hambre y la necesidad de los humildes.

Squatters, aquí y allá

En los ’80, cuando arreciaba el neoliberalismo en Europa y muchos barrios industriales quedaban abandonados o despoblados, grupos de jóvenes comenzaron a ocupar provisionalmente los galpones, los talleres y las casas, convirtiéndolas en viviendas, pero también liberándolas para la poesía, el arte y la denuncia política y social. En Inglaterra se los llamó squatters (genéricamente “ilegales”).

Más tarde, cuando la ola se extendió a España, Italia, Alemania y los Países Bajos, apareció la palabra okupa. Esa letra ka –muy importante- marcaba el espíritu de resistencia. Aquellos jóvenes no sólo estaban ocupando una casa porque no tenían donde dormir. La ocupaban porque sostenían el principio (anarquista) de que toda propiedad, si no tiene un sentido comunitario, es un robo a la sociedad. Y estaban denunciando, de ese modo, los olvidos e incumplimientos del Estado.

El neoliberalismo produjo en Europa su versión del Estado ausente. Creó el  vacío de Estado. Y los okupas llenaron ese vacío con la solidaridad y la resistencia del grupo, de la banda, de la pequeña organización política y cultural.

Una bella muchacha del Barrio Norte porteño, licenciada en Turismo y con un futuro asegurado por su origen de clase, eligió a los veinte años enamorarse de un joven anarquista y dedicarse a la acción directa contra la depredación ambiental, en el norte de Italia. Se llamaba María Soledad Rosas, la Sole Rosas, y entre los okupas y squatters del mundo es ya una leyenda de lucha y rebeldía.

Acusada -aunque no se pudo probar- de ecoterrorismo y subversión (sic), fue encarcelada con su compañero Edoardo Massari y luego separada de él y trasladada. En marzo de 1998, tras el dudoso suicidio de Massari en prisión, el Partido Verde le sugirió a Sole que aquella muerte “serviría para sensibilizar a los jueces”. Ella contestó con una carta ejemplar, llorando la muerte de Edo y maldiciendo al juez que necesitaba una muerte para dictaminar sobre un derecho. En julio de ese mismo año, en la casa donde cumplía con el arresto domiciliario, se quitó la vida.

La de Sole Rosas es una historia triste y sabrán disculparnos los lectores por traerla a cuento en este diciembre de 2010, cuando se acerca la Navidad y también, para muchos, las vacaciones. Pero sólo pensemos por un momento en esas muertes absurdas, evitables, que se produjeron en el Parque Indoamericano, hace pocas semanas, sólo porque ciertos funcionarios y ciertos dirigentes argentinos necesitan que el pueblo derrame sangre para entender la necesidad impostergable del agua, del pan y la vivienda digna.

OSCAR TAFFETANI / Escrito para APe / Diciembre 2010

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